domingo, 7 de octubre de 2007

Secretos de mujer

Hoy iba a decirle que la amaba. De hoy no pasaría. Hacía un par de años que la conoció cuando empezó a trabajar en el edificio en el que ella estaba y, en silencio, los recelos del principio fueron templándose hasta que un día no pudo ya negar que buscaba estar cerca de ella a todas horas. Era una locura, tenía marido y dos mellizos de poco más de dos años y no podía echar su vida por la borda de ese modo, no se lo merecían. Por eso seguía amándola en silencio.

Nunca antes se había sentido atraída por otras mujeres y cuando su amiga le confesó en los baños del instituto mientras fumaban un cigarrillo a medias que estaba enamorada de ella desde primaria, asustada, se fue corriendo y dejó que el tiempo devorara aquella amistad.

Ahí estaba ahora: unos pasos por detrás de la mujer a la que amaba, las manos sudorosas, inspirando profundamente para captar el olor del sudor en su pelo. Entraron en la sala y ella le ayudó a tumbarse en la cama. El pelo le caía en ondas castañas por los bordes de la camilla y su pecho subía y bajaba entrecortadamente. Acercó sus labios a la cabecera y susurró las palabras al oído de la otra mujer. Era casi medianoche.

El corazón de Myrta Sullivan dejó de latir a las 12:02 de ese 3 de febrero. La segunda mujer ejecutada en la prisión en lo que iba de año.

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