domingo, 21 de octubre de 2007

Juegos de guerra

Frente a él se encontraban dos de sus enemigos. No quería matar o morir, pero la consecución de ese deseo no dependía de él. Aunque quisiera, ya no podía desertar. No en el campo de batalla, en medio del fragor cuidadosamente diseñado por los estrategas y con la vida de su familia pendiente de su desempeño.

Le llegó la orden por el intercomunicador. A por el jinete enemigo. Calando la bayoneta, se lanzó por el abrupto terreno hacia el hombre montado que le miraba con ojos aterrorizados mientras permanecía inmóvil sobre su caballo. Hincó la hoja en su cuello y el hombre cayó como un fardo. Él se arrodilló para recuperar el aliento. En algún otro lugar del campo de batalla tendría lugar otra escaramuza. Una nueva orden directa para él -¿tan seguido?-. Adelante al frente, sin mirar atrás. Corrió. Corrió con todas sus ganas; no habría enfrentamiento en este momento. Llegó al punto designado y, segundos después, fue iluminado por un foco desde el cielo. No, no podía ser... ¡Estaba salvado!

El helicóptero aterrizó donde segundos antes había estado él; fuera ya del campo de batalla, volvería a ver a los suyos y vivir una vida plena. No se lo podía haber imaginado un par de turnos antes. Había promocionado... La única manera que tenía un peón de ajedrez biológico de escapar con vida del tablero. Lo sentía por los del helicóptero de remplazo.

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