Una hermosa mañana de primavera ambos monjes llegaron a un risco que el camino bordeaba bajo el cual un pastor recostado contra la piedra observaba a sus ovejas pastar. Un pedazo de pan ácimo, un trozo de queso, una manzana verde y una pequeña calabaza de agua reposaban en un saliente de roca, fuera del alcance del cachorrillo que acompañaba al pastor.
··oOo··
Años después, como ermitaño a quien innumerables monjes venían a admirar desde la distancia y cuya única compañía era la de ese perro decrépito, Sai, aún se preguntaba qué hizo que su maestro se sentara junto a aquel hombre y, con una sonrisa de niño, dejara de hablar y le indicara con un índice tembloroso el camino por el que habían venido.
No hay comentarios:
Publicar un comentario