viernes, 19 de octubre de 2007

Preguntas

Todos los días, tras cenar una frugal sopa de maíz, se sentaba en la roca a mirar a las estrellas, como le había enseñado su abuelo cuando no era más que un niño. En algún lugar de lo que siglos más tarde sería conocido como Nuevo México se escondía su poblado de piedra, un pedazo de vida enquistado en medio del polvo. Las lluvias tendrían que llegar pronto, no más de otra luna, o sería demasiado tarde para sus campos y el hambre se los comería.

Los científicos que habían descubierto la ingeniosa red de túneles y canales con la que se las arreglaban los pobladores del desierto de Nuevo México para obtener el agua eran los candidatos favoritos a llevarse el XXVII Premio Nacional de Arqueología de 2001. A ningún miembro del jurado, tras fallar por unanimidad a su favor, parecía habérsele ocurrido cuestionarse por qué demonios se había extinguido entonces esta civilización.

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