Todo cuanto quedaba de valor del naufragio era una caja herméticamente sellada que contenía, además de ropas, dos botellas de Oporto, una de Jerez, una bolsa de tabaco -no había pipa-, un paquete de hojas con el membrete de un bufete de abogados y un par de lápices. Muchas veces se había planteado que podría escribir en estado puro si se encontrase en una isla desierta donde nadie le molestase y hubiera comida en abundancia. Ahora tenía la oportunidad. Tomó un lápiz, le sacó punta frotándolo contra una roca de basalto y posó la punta sobre el primero de los papeles. No podía tampoco escribir cualquier cosa y desperdiciar papel y lápiz en bobadas de las que se arrepintiese. Se puso a pensar cuidadosamente en las palabras que diría. ¿Qué quería narrar?
Los marineros que encontraron el esqueleto se preguntaron por qué había un taco de hojas desgastado del manoseo y un lápiz mordisqueado y ninguna palabra fruto de ambos.
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1 comentario:
Cojonudo...
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