La enfermedad se iba extendiendo por toda su piel, que adquiría un tono macilento, cenizo, apagado. Lo poco que aún cubría su coronilla iba desapareciendo a marchas forzadas y la fiebre no le bajaba. Al contrario, iba subiendo unas décimas y el esfuerzo de los científicos no lograba bajar su temperatura a niveles normales. Eso si se ponían de acuerdo, porque nadie conseguía dar un diagnóstico definitivo. A pesar de haber estado sana hasta unos pocos años antes -con sus más y sus menos, claro, pero nada de gravedad-, esta vez parecía que la cosa iba en serio y todo apuntaba a una metástasis o una septicemia.
De momento tenía que dar otra vuelta. El año siguiente podría ser el definitivo; estaba prevista una nueva Cumbre de la Tierra para tratar de atajar sus problemas. Quizá el Ser Humano no se comportase como un virus después de todo...
sábado, 20 de octubre de 2007
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