miércoles, 11 de febrero de 2009

El sello

En cuanto dobló una esquina sacó de su bolsillo la barrita de bronce que acababa de coger del despacho del capitán y la miró. Tenía una forma muy simple, alargada y de sección cuadrada. Lo importante venía debajo: una espada y un hacha enlazados por una cinta en la que se había unas palabras inscritas al revés. Se la guardó de nuevo y, mirando a uno y otro lado, echó a correr.

Las calles cercanas al puesto de guardia de la puerta norte de la ciudad estaban muy transitadas pero en cuanto se acercó al barrio de los curtidores ya pudo correr a gusto hasta que llegó a la hospedería en la que le esperaban junto al puerto. Ahí seguía aquel hombre, junto a la ventana, cubriendo casi todo su rostro bajo el ala de su sombrero. Se acercó a la mesa y dejó el objeto junto al plato vacío del hombre quien, a cambio, depositó una moneda al lado. La tomó y se perdió entre las calles de la ciudad.

El hombre sacó un documento de entre sus ropas, un trozo de lacre y fundió unas gotas sobre el papel. Luego usó la barrita para sellarlo, dejó que se enfriara, y guardó todo. Salió del local y se dirigió al puerto.

Al final todo había salido bien pero tenía que poner más cuidado. Menos mal que había encontrado a aquel chico para que le trajera el sello que se había olvidado en su despacho.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Jajajajajajajaj!!!!
Ya tamos, intentando liarla.

Anónimo dijo...

Interesante hasta el final.