sábado, 14 de febrero de 2009

El Jardín

Parecía mentira que alguien tan aparentemente retrasado pudiera mantener el jardin en ese estado de serena belleza. Jonás tenía una edad indeterminada entre la madurez y la senectud y no había cambiado mucho de aspecto desde que lo contrató siete u ocho años atrás. Un hombre callado que solía conformarse con monosílabos cuando trataba de mantenerse una conversacion con él. Se le pagaba una cantidad realmente pequeña de dinero y se le ofrecía alojamiento y pensión completa. Él no rechistaba y nunca salía de la finca ni recibía visita alguna, así que podía perfectamente estar comiéndose los billetes, quemándolos o guardándoselos en una caja de zapatos que enterraría algún día en algún lugar del jardín.

Jonás no entendía para qué servían esos papeles que le daban. No sabían bien, se quemaban muy rápido y en infusión eran verdaderamente horribles. Pero aquellas personas no eran tan desagradables como le habían dicho en su pueblo natal. Pasaba todo el día con sus retoños y, encima, le daban cobijo y alimento.

Jonás se arrodilló junto al estanque. Hundió sus dedos en la tierra y con suma ternura hizo brotar un nuevo rosal.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Inocencia y ternura!!!!