sábado, 3 de mayo de 2008

Sabia tristeza

Se sentó ante el espejo del tocador y vio su rostro pálido y ojeroso. La pintura oscura de los ojos resbalando por sus mejillas le daba un aire penoso que quedaba remarcado por la fina comisura que curvaba sus labios hacia abajo. La gente realmente no le comprendía, nunca la tomaban en serio a pesar de que decía verdades como puños que nadie quería oir. Y ya nadie parecía agradecer, y menos aún admirar, su trabajo. Cogió unos algodones y comenzó a quitarse las pinturas que afeaban su cara.

Silvia cerró la puerta y salió al exterior donde le esperaban sus amigos. Lo que más les gustaba de ella era que nunca dejaba de sonreír ante la vida. Seguramente sería por su trabajo como payaso triste.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Tendríamos que ser Silvia, que siempre sonriéramos a la vida y solo mostrásemos tristeza cuando tuviéramos que actuar!!!