miércoles, 7 de mayo de 2008

Disfrutando del silencio

El silencio de aquel lugar de la ciudad era reconfortante. Tan sólo le separaban unos metros y un muro de las calles llenas de rostros sin nombre, desconocidos, que día tras día repetían la misma rutina sin ser conscientes de su existencia. Él era especial. Le encantaba, necesitaba la soledad. Cada vez que el agobio de su rutina diaria se volvía insoportable no tenía más que dar un breve paseo, cruzar las puertas del cementerio, y disfrutar de la tranquilidad, de sus pensamientos a solas.

Horas después llegaba el momento de regresar a su hogar. Entonces echaba un último vistazo a su alrededor e iba derecho hacia las puertas de forja. No tenía sentido prolongar la despedida puesto que, sin obligaciones ya, podía volver cuando quisiera. El bullicio se hacía patente cada paso que daba hasta encontrarse de nuevo inmerso en un caótico maremágnum de rostros y ruidos chirriantes. El cementerio resultaba ser un lugar demasiado concurrido para una alma en pena solitaria como él.

No hay comentarios: