lunes, 5 de mayo de 2008

Anodino

La señora del asiento de delante no paraba de rascarse la cabeza. Los últimos cinco minutos ya había recurrido a meterse el boli en el moño y frotarlo con saña contra su cuero cabelludo. Y no parecía que tuviera intención de parar en los minutos siguientes.

Trató de concentrarse en el cuaderno. Los dos párrafos escritos a lápiz no querían crecer. Y es que así no había manera. No llegaba a parecer una ventisca pero la caspa caía lenta, silenciosa, sobre sus pantalones negros. Joder con la señora. Miró un momento por la ventana. Parecía todo un escaparate diseñado por alguien sin el menor sentido de la estética: casas, personas, plantas, mascotas. Todas de aspecto cutre y mejorable.

El autobús seguía su camino haciendo todas las paradas. Del pelo de la señora chorreaban reguerillos de sangre que escurrían por el respaldo del asiento sin que salpicaran. Faltaría más. Y ella seguía erre que erre, dándole al boli cada vez con más saña. Miró la hora en el móvil. Las seis menos veinte. En nada llegaría a casa a merendar. Se movió al asiento de al lado porque la señora ya se estaba arrancando trozos de carne con pelos y con el vaivén del boli salían despedidos. Cerró el cuaderno, metió el portaminas por dentro de la espiral y lo guardó en la mochila. Después se estiró y pulsó el botón de próxima parada. La señora por fin se había quedado quieta, con los brazos a los lados. La cabeza, recostada y con el rostro hacia arriba, tenía los ojos en blanco y la parte superior del cráneo cubierta de sangre que ya comenzaba a coagular.

Se bajó del autobús bastante frustrado. ¿Cómo podía escribir nada con una vida tan anodina?

1 comentario:

Anónimo dijo...

Joeee!!! la caspa y la sangre me estaban cayendo a mi también, tengo que limpiarme los pantalones y lavarme la mano, puffff ¡que señora tan pesada!