lunes, 26 de mayo de 2008

Cuando el tiempo se detuvo

Todos miraban boquiabiertos el reloj de la pared como si nada más importante pasara en el mundo. Las manecillas indicaban las 11:59 de la noche y el segundero, rojo, se arrastraba con esfuerzo hacia la medianoche. Cada segundo parecía más largo que el anterior y el silencio -salvo por los silbidos que escapaban de los bronquios del Juan, el abogado que había llevado el caso- era denso y agobiante. Faltaban menos de diez segundos y, francamente, el segundero presagiaba lo peor. Las miradas, furtivas, trataban de adivinar los pensamientos de los otros. No podía estar sucediendo. Pero sucedía.

El segundero estaba claro que no iba a poder llegar al cenit de su recorrido. ¿Dónde se quedaría? Aún no había llegado a menos cinco, le quedaban un par de saltos que sería incapaz de dar. Pero dio uno y se oyó una risita floja. Después, se detuvo definitivamente. Se miraron unos a otros, dudando entre el miedo supersticioso y las ganas de estallar en risas.

Fue Lucio quien dio el primer paso. Alzó el cuenco y se llenó la boca de uvas. Los demás le imitaron. Un fin de año que jamás olvidarían.

1 comentario:

L.G. R. dijo...

hi

aqui seria buena tarde ...

muy bueno ^^ me ha sacado una sonrisa en lunes toda una asaña.

me recordo a borges :P

un saludo...

carpe diem

...