viernes, 16 de mayo de 2008

Humanidad

Le gustaba guardar las tripas de los boquerones para sus gatos. No es que fueran suyos en el sentido estricto de la palabra pero con el paso de los años se había convertido en una arraigada tradición felina que arremolinaba por las noches a decenas de gatos en las escaleras de piedra de su casa.

En estos últimos años de su vida sólo le dolía una cosa. La gente decía de él que era un mal hombre por las atrocidades que había cometido durante la guerra. La gente no quería asumir lo que era un hombre.

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