lunes, 17 de diciembre de 2007

Groenlandia

Mis dos hijos me miran desde la cama. Sus pómulos sobresalen como puños de rostros con los ojos hundidos. Hace días que no comen, que no comemos. La primavera está cansada y no sube a nuestra montaña. Sólo hay una débil luz azulada que la nieve deja entrar por la ventana. Pienso que debería matar a uno de mis hijos para que el otro pueda comerlo y sobrevivir. Pienso que si me quito la vida ambos llegarán a envejecer junto a sus nietos. Comiéndome a ambos podría yo sacar las fuerzas para aguantar y devolverle a este Dios misericordioso el daño que me ha hecho multiplicado por mil. Durmiendo, podríamos vivir hasta que lleguen de las granjas del fiordo a rescatarnos.

A mediados del siglo XV se desvaneció el rastro de los últimos colonos vikingos de Groenlandia.

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