miércoles, 19 de diciembre de 2007

Gárgolas

Entre ambas orejas aparecía una cabeza calva y arrugada con un ojo seco y el otro hundido y malicioso. Las palabras surgían chillonas de una boca sin dientes entremezcladas con el aliento fétido de una tumba recién abierta y eran frías y cortantes.

Salí corriendo, por mi vida, alejándome de aquel dedo esquelético e infinito que quería hurgar en los rincones más oscuros de mi alma de niño asustado. Dos figuras de negro salieron de entre las sombras y me atraparon. Sus palabras consiguieron helarme el ánimo: tenía que volver al confesionario si quería hacer la primera comunión.

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