viernes, 14 de diciembre de 2007

Engaño

Lo más doloroso de sus últimos momentos no provenía de su cuerpo sino de los añicos en los que se habían convertido sus creencias. Una vida de sencillez y entrega desinteresada a los demás, un canto a la filantropía. Y ahora, cuando creía que la luz de su interior que se apagaba iluminaría de algún modo los corazones de las personas, una cruel realidad tomaba forma en su consciencia: no era el Hijo de Dios muriendo por los hombres; era el Hombre siendo devorado por los hombres. El Gran Misántropo había conseguido que la Humanidad aprendiera a destruirse a sí misma.

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