viernes, 28 de diciembre de 2007

Añoranza

Cuando las ranas se gritaban furiosas le gustaba salir a pasear por la orilla del lago. Para ese entonces los niños ya se habían ido a sus casas, los viejos también y las parejas aún no habían llegado para llenar el aire de jadeos, gemidos, gruñidos, gritos y olor a sexo. Y montones de condones que quedaban resquebrajándose al sol durante días hasta que se terminaban por deshacer.

Durante mucho tiempo fue un lugar maravilloso en el que vivir. Pero un día empezaron a llegar los turistas y, poco a poco, se convirtió en un vertedero de basuras y morralla humana. Estos últimos años se estaba planteando seriamente irse a vivir a otro lado porque este lugar, en el que vivía desde pequeña, ya resultaba inaguantable. De entre todos los destinos que había ido barajando, seguramente acabaría yendo a Finlandia, el País de los Mil Lagos. Y allí buscaría un lugar tranquilo donde pasar el tramo final de se vida.

Qué lejos quedaban esos tiempos en los que ella, Nimué, le ofreció a Arturo la espada Excálibur que custiodaba.

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