miércoles, 14 de noviembre de 2007

Lo peor que podía pasar

El posavasos de corcho flotaba en un charco de cerveza que se extendía por la barra. Un triste y casposo tugurio de viejos en el que su poco dinero le permitía emborracharse. Y vaya si se lo permitía. El truco estaba en ir con el estómago vacío y así el kalimotxo subía más. Luego, cuando ya el frío se le hubiera metido bien en los huesos, tocaba salir y meterse en los chinos de enfrente. Una barra de pan y a matar el hambre. El pan también ayudaba a frenar la cagalera del día siguiente.

Esa noche iba realmente ciego, del revés. La media barra que se había comido quería escaparse de su estómago, la otra la había dejado en algún banco. Iba a vomitar. Vomitó y se quedó dormido entre tropezones de pan y morado. No llegó a ver a la pandilla que se le acercaba...

Cuando despertó, la cabeza aún le daba vueltas y sentía el cuerpo magullado. Algo no iba bien, seguro. Se sentó y vio en qué estado lo habían dejado. Sus gritos de angustia desgarraron el cielo de Madrid. Llevaba un lujoso traje italiano y un maletín de piel de cabra descansaba en su regazo. Un Rolex marcaba en su muñeca las 2:34. Dios..., ¿qué le habían hecho?

1 comentario:

Van dijo...

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