miércoles, 7 de noviembre de 2007

La metamorfosis

Sin embargo, las cosas no iban tan mal como se temía. A través de las rendijas de las paredes del vagón se observaba un paisaje de estepa que palidecía bajo la luna. No hacía mucho que otros prisioneros habían viajado hacinados en un vagón similar con destino a los crematorios de Birkenau. Él, al menos, tenía una oportunidad. Atrapado con otros cerdos iba camino del matadero.

La noche anterior se había acostado tras cenar pollo asado que había sobrado del mediodía -ni siquiera era cerdo- y hacía un par de horas que se había despertado en ese vagón rodeado de marranos. Y todos coincidían en que iban directos al matadero -unos pocos insistían en que eso de los mataderos era un invento de los mayores para que los lechones se portaran bien, pero en el fondo no se lo creían y sus ojos destilaban miedo-. Él, cuando se abrieran las puertas del vagón y los sacasen, podría gritar que era Antonio Amadeo Madariaga Arrasate, y que todo era un error. Y las cosas se solucionarían. Se acostó de lado y se durmió.

-¡Oink, oink! -dijo un cerdo mirando a los ojos a Manolo. En vez de seguir a los demás hacia la rampa del camión, el cerdo insistía: "Oink, oink". Y se quedaba mirando.

A base de palos, el bicho subió.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Oink, Oink, re- Oink!