sábado, 24 de noviembre de 2007

En la oscuridad

La antorcha iluminaba las paredes llenas de arañazos del pasadizo y el humo aceitoso que desprendía se mezclaba con un aire que apestaba a cerrado. Al menos había algo positivo, y es que su ánimo ya no podía estar peor. Ese pensamiento consiguió arrancarle una sonrisa que se apagó en un rictus que no lograba apartar de su cara.

El suelo, cubierto de polvo, indicaba que nadie había pasado por ahí en años, en muchos años. Estaba seguro de que esos pasillos iban a ser su tumba. Que no iba a conseguir salir de nuevo al exterior. La llama iluminaba las paredes con bastante vergüenza y no penetraba más que unos pasos en la oscuridad que se abría ante él. Desde hacía varias horas, el único sonido era el de sus pasos apagados por el polvo, su respiración, y el tenue crepitar de la llama.

Ahora ya caminaba en la más angustiosa oscuridad. Su mano izquierda -los dedos ya enrojecidos- iba acariciando la pared mientras que con la derecha tanteaba el vacío que se abría ante él con los restos de la tea. Lo bueno de esa situación era que ya no olía a alquitrán quemado y que se mantenía con todos los sentidos alerta. Seguía sin oler el aire fresco.

Se echó a dormir acurrucado. Sólo por un rato. Necesitaba descansar algo. Tenía hambre y sed y le dolían las piernas y los brazos y no tenía nada que perder.

Sintió que una mano lo acariciaba.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Asi se escribe!!!! Enhorabuena