viernes, 9 de noviembre de 2007

El fin del mundo

El mundo estaba loco, todo se venía abajo. La gente, los árboles, los animales. Todo cuanto una vez tuvo sentido ahora no era sino una mezcolanza de seres sin ninguna relación de armonía. El agujero de ozono, el cambio climático, accidentes nucleares, contaminación, guerras. Al principio trató de refugiarse en las iglesias, café para el alma, pero las palabras vacías de esos falsos profetas se mezclaban en la cacofonía de un planeta que crujía porque se rompía. La ciencia, puta inmunda, se vendía a los viejos vestidos de sudor ajeno. ¿Filosofía? Palabras con las que locos entre los locos montaban un Babel de juguete.

Y ahora, en este ocaso de los tiempos, el Universo mismo enloquecía. Ni los astros se salvaban de la orgía. La noche volvía al día. Por donde el cielo se veía claro, comenzaba a despuntar el sol y se asomaba de nuevo por el horizonte. Era el fin de todo, un atardecer al revés. Se asomó al acantilado y, con los primeros rayos del sol, saltó.

Pobre idiota, amanecía.

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