martes, 27 de noviembre de 2007

El día elegido

Hoy era el día elegido. ¿Elegido para qué? Aún no lo sabía, pero definitivamente era éste y no otro. Desde primera hora de la mañana estuvo dándole vueltas. Incluso se le pasó la hora del desayuno. Fue corriendo a la parada del autobús y éste llegó con retraso. En su asiento del pasillo junto a la señora gorda con una coleta sucia de pelo rubio con las raíces negras sacó su libreta de notas, un portaminas, y apoyó la punta sobre la hojita cuadriculada para ayudar a las tímidas ideas. Dos veces comenzó a escribir la sílaba Do y una Ve, pero enseguida las tachaba con un elaborado borrón que arrugaba el papel. Llegó al trabajo, masculló los saludos de rigor y se sentó en su sitio a clasificar las cartas por códigos postales. Las dos veces que paró a mear se miró en el espejo unos segundos pero ese hombre cansado no le decía nada.

Al llegar a casa no tenía ganas de comer. Se acercó a la nevera a por una lata de Lager para quitarse la sed y abrió la segunda para disfrutarla ante la tele. Durante unos anuncios se le asomó a la cabeza una idea que se escondió antes de poderla atrapar. Se levantó a por otra cerveza.

No estaba disfrutando del concurso, tenía la cabeza en otro sitio. Apagó la tele, abrió una nueva lata y salió a pasear por las calles de su Núremberg. Un rato después se encontró ante la casa natal de Durero. Ese era un pintor famoso, ¿no? Sus pasos le llevaron hacia la noche de las tabernas alemanas. Mañana sería otro día.

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