Los $220 que llevaba en la cartera no serían suficientes. Debían durar al menos una semana más y al precio al que estaban ya el pan y el agua pocos lujos se podrían permitir. Realmente debía seguir adelante y confiar en poder llegar a California antes de quedarse sin blanca.
Se secó con el puño de la camisa el sudor de la frente y sacó del bolsillo sus dados de la suerte. Les dio un beso a cada uno, los agitó entre ambas manos, y los lanzó. Cinco. Los recogió y los introdujo en el bolsillo. Nuevo México. Su próximo destino.
La verdad es que esta nueva versión de Monopoly era un poco coñazo.
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