La gente del bar trataba de no mirarlo directamente, pero era innegable que, nada más entrar en el local, las risas se habían convertido en conversaciones anodinas y murmullos. Siempre igual. Tampoco es que soñase con que la gente se echara en sus brazos cada vez que llegara a un sitio pero, joder, al menos que le ignorasen como a uno más.
Pidió una cerveza y dejó el tricornio sobre la mesa.
sábado, 2 de febrero de 2008
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