El bolígrafo se le había estallado y tenía los dedos llenos de tinta. Un día normal no le hubiera importado demasiado pero hoy le jodía como nunca. Sentía que iba a llorar de frustración. Respiró hondo, cerró los ojos. Visualizó el aire entrando por sus fosas nasales hasta los pulmones y ensuciándose de rabia que luego exhalaba. Una, dos, tres, diez, veinte veces. Luego abrió los ojos. Se sentía un poco mejor.
Se levantó, fue al baño, y se limpió escrupulosamente todo resto de tinta. Luego se sentó de nuevo ante el escritorio.
Tomó un nuevo bolígrafo y firmó el documento. Su pena de muerte número 1.000.
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