Cada vez que asomaba la cabeza los críos le echaban tierra y se reían a carcajadas. La celda estaba hecha para gente más pequeña; ya se había golpeado varias veces en sitios en los que el techo irregular mostraba algún saliente. Y tenía que encorvarse para mirar por el ventanuco con barrotes que daba a pie de calle.
La cama, sin embargo, sí que era de su tamaño. Se tumbó un rato a mirar las motas de polvo que flotaban como estrellas contra la penumbra. Los ojos le pesaban y se dejó acunar por el sueño...
Se despertó sobresaltada. Miró a un lado y a otro y salió corriendo hacia las profundidades de la alcantarilla.
Esa pobre rata jamás llegaría a comprender el sueño del que acababa de despertar.
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