miércoles, 20 de febrero de 2008

Eusebio

A pesar de que a Eusebio le habían cargado ya con el muerto de ser el tonto del pueblo la gente envidiaba su felicidad. Incluso algunos pensaban que quizá no fuera tan tonto, y que tanta felicidad se debía a una extraña sabiduría que saboreaba para sí mismo. Siempre sonreía, aunque le tomaran el pelo. Y más de una vez lo notaba. Y lo sabía. E incluso lo decía. Pero en esos casos, en vez de amargarse, miraba su reloj de juguete con manecillas de plástico fosforito y se iba silbando. Y en el bar quedaban los amargados con la hiel en la garganta.

Eusebio se sentía muy afortunado. Tenía todo el tiempo del mundo. Para lo que quisiera. Siempre llegaba a menos cinco.

1 comentario:

Anónimo dijo...

¡A cuantos nos gustaría que el mundo fuese como el mundo de Eusebio y que pudieramos todos vivir en él! Intentaré hacerme un mundo pequeñito como el de eusebio, con su reloj de juguete y sus manecellas de plástico fosfotiro... y sonreir siempre.
Gracias por enseñarnos ese mundo.:)