sábado, 16 de febrero de 2008

Hay trenes que sólo pasan una vez en la vida

Nunca hubiera pensado que en ese tren encontraría al amor de su vida, pero estaba seguro de que era ella. Lo sintió nada más verla. El vagón estaba abarrotado de gente y, seguramente, la chica ni se había fijado en él. Pero no podía dejar escapar la oportunidad del momento. Quizá mañana ya sería demasiado tarde y ocasiones como estas eran únicas en la vida.

Ahora se encontraba más cerca de ella. Podía haber llegado ya a su lado y tratar de entablar una conversación pero era muy tímido y cada paso que daba le costaba un poco más que el anterior. Respiró hondo -aquel vagón apestaba bastante a humanidad- y se situó frente a ella.

La chica clavó sus ojos verdes en los de él. Le había reconocido. Abrió la boca para decirle algo, pero él posó su índice sobre los labios de ella y le dijo todo con una sonrisa. Se acercaron y se fundieron en un abrazo. Ella derramó sus lágrimas sobre el pecho de él mientras él aspiraba el olor de los rizos de ella.

El tren se detuvo. Se abrieron las puertas correderas. Los soldados nazis los hicieron bajar.

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