Por la mañana las bombas dejaban de caer y el cielo se volvía gris. Entonces la mayoría dormía durante un rato a pesar de los disparos que se oían por aquí y por allá y la lluvia seguía cayendo. Luego llegaba otra vez la noche y con ella se borraba cualquier rastro de humanidad de los rostros de quienes se apelotonaban en las trincheras de muertos y barro.
Un par de horas antes del amanecer le tocó el turno -entre otros- a Jérôme. Ese día salió el sol, no llovía.
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