martes, 1 de enero de 2008

Luces amarillas

No había tantas cosas por hacer. Con un poco de suerte acabaría antes de las 21:00 y podría coger el tren de las 21:12. Terminó de barrer el despacho y preparó un cubo con dos tapones de fregasuelos.

A las 20:47 terminó de ponerse la ropa de calle. Se despidió de Quintín, el segurata, y caminó a paso ligero hacia la estación. Las calles estaban bastante vacías -por el frío, seguramente- pero las pocas caras con las que se iba cruzando parecían conformes con sus vidas. Incluso alegres. No iba a ser menos, y sonrió.

En el tren se sentó con las piernas cruzadas sobre el asiento de enfrente y miró por la ventana los miles de luces amarillas que daban vida a la ciudad. ¿Cuántas noches llevaría ya viendo esas luces? ¿Cuántas más le quedarían por vivir? Cansada, se durmió.

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