domingo, 13 de enero de 2008

Liberación

Cuando despertó no recordaba cómo había llegado hasta ese supermercado. Desde donde estaba, podía ver que no era muy grande, aunque tampoco era una tiendecilla. Podría decirse que era un súper de barrio. A su derecha se amontonaban los tomates encasillados en su papel de verduras-que-se-pueden-amontonar-en-pirámide. A su izquierda las zanahorias, anarquistas donde las hayan. Ella se encontraba rodeada de pimientos que, aunque etiquetados como rojos, aún verdeaban. Encima eso. Enfurruñada, se puso a dormir.

Llegó el momento de la ensalada. No estaba en la casa de unos ancianos, como había apostado consigo misma, sino en un restaurante de comidas caseras. Ahí, una adolescente sudamericana con cara de querer estar en otro sitio cortaba las verduras. Le llegó el turno y sintió cómo se rompían sus ataduras y quedaba libre de todo lo terrenal. Ascendió hacia los cielos y se preguntó a qué coño de dios se le había ocurrido la patochada de dotar de consciencia a las verduras.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Eres genial, qué duda cabe!!!!