jueves, 17 de enero de 2008

Comida

La alimentación era lo más importante. Uno está hecho de aquello que come.

Esa idea se la inculcaron desde pequeño: su familia, sus profesores, las familias de sus amigos, médicos, libros, televisión, Internet... Ahora, con casi 50 años, no podía quitársela de la cabeza. Frente al espejo, antes de ducharse para ir al trabajo, se agarró un michelín velludo, se tocó el culo fofo y salpicado de pelos vueltos que criaban granos. Su cabeza brillaba demasiado aunque no estaba técnicamente calvo y sus hombros caían hacia delante, como si ya no aguantasen el peso de tantas preocupaciones y frustraciones de poco entidad. ¿Qué comía? Desde que se separó, casi todo eran platos precocinados; daba tanta pereza ponerse a preparar algo para comer... Se metió en la ducha y, mientras se frotaba los cojones jabonosos, tomó la determinación: no comería nada. Pero nada de nada, en la línea de la mejor de las estupideces de un escritor romántico.

Federico murió exactamente tres semanas después. Atropellado por un autobús mientras cruzaba un paso de cebra camino del trabajo. El autobús no paró. No había pasado nada.

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