miércoles, 9 de enero de 2008

Sueños de un niño

Con los ojos llorosos cubría de tierra el agujero que había cavado en el jardín de su casa. A pesar de lo que dijeran los mayores sobre la vida y la muerte a raíz de su berrinche -o quizá por eso mismo- no pensaba en que así, enterrándola, su mascota fuera a pasar a una vida mejor y más plena.

Todo el mundo, salvo Sara, se había reído cuando les había presentado a Blas, recogido esa misma tarde en el parque. "Raúl, cuando seas más mayor te compraremos un perro. Pero deshazte de eso ahora". Pues peor para ellos, porque Blas iba a ser su amigo para siempre.

Pero a pesar de sus cuidados, con el paso de los días Blas comenzó a tener peor aspecto hasta que le obligaron a enterrarlo detrás de casa. "Cuando seas mayor lo entenderás" le decían sonriendo con cara triste.

Y semanas después Raúl presenció el milagro: donde había enterrado a Blas, ahora brotaba una planta. Riendo, gritando, corriendo, se lo dijo al mundo. Blas, su melocotón-mascota, se había vuelto árbol.

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