Sólo cuando se corría encima de una puta sentía escaparse su ira con cada chorro de esperma hasta quedarse sudoroso, jadeante, agotado. Luego, antes de perder la erección, pagaba a la prostituta y la echaba de la habitación. Después se abrazaba a la almohada y lloraba y gemía hasta quedarse dormido.
Soñaba entonces con aquellos días en los que sentía hambre por la vida, en los que la devoraba a grandes pedazos como un depredador que no sabe cuándo volverá a comer. Hasta que un buen día, su hambre se sació. Sin más. Y ahora, por más pedazos que le arrancara a mordiscos, ya no la podía tragar.
Horas más tarde, con el sol subiendo con ganas entre los edificios, se vestía e iba a la iglesia, indefectiblemente. Rezaba arrodillado unos minutos y entraba en un viejo confesionario con celosía de madera. Y con cada absolución que concedía, su ira aumentaba.
martes, 15 de enero de 2008
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario