martes, 15 de enero de 2008

Ira

Sólo cuando se corría encima de una puta sentía escaparse su ira con cada chorro de esperma hasta quedarse sudoroso, jadeante, agotado. Luego, antes de perder la erección, pagaba a la prostituta y la echaba de la habitación. Después se abrazaba a la almohada y lloraba y gemía hasta quedarse dormido.

Soñaba entonces con aquellos días en los que sentía hambre por la vida, en los que la devoraba a grandes pedazos como un depredador que no sabe cuándo volverá a comer. Hasta que un buen día, su hambre se sació. Sin más. Y ahora, por más pedazos que le arrancara a mordiscos, ya no la podía tragar.

Horas más tarde, con el sol subiendo con ganas entre los edificios, se vestía e iba a la iglesia, indefectiblemente. Rezaba arrodillado unos minutos y entraba en un viejo confesionario con celosía de madera. Y con cada absolución que concedía, su ira aumentaba.

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