miércoles, 25 de julio de 2007

Teogonía especular

En el mundo de los reflejos todos querían saber qué había al otro lado. Algunos sabios vaticinaban que más allá de la superficie brillante habría un mundo irreal en el que las cosas no se repetían hasta el infinito y eran meras sombras singulares de los objetos reales. Otros afirmaban que no, que tras los espejos se hallaba una materia oscura que rellenaba todos los huecos que dejaba el universo y que materializaba aquello que uno deseaba ver, para dar continuidad ya que el vacío no podía existir sin ser llenado espontáneamente. El pueblo llano pensaba que cuando morían, los reflejos atravesaban esa superficie y desaparecían para siempre -aunque había una nueva corriente de pensamiento que defendía que allí se hallaba la materia primigenia de las imágenes y tras hundirse en ella aparecerían reencarnados en alguna nueva imagen. Eso explicaría de dónde salían los nuevos reflejos-. El clero afirmaba que tras esa superficie se hallaba un ser todopoderoso y de sabiduría infinita que los creaba para que se reflejasen a su imagen y semejanza y vivieran una vida de virtud y búsqueda de la sincronicidad.

Andrés, el día que cumplía cinco años, lo hizo añicos jugando con el balón que le habían regalado. Esa noche durmió con el culo escocido y sin haber cenado.

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