Hubo una vez un anciano que se sentó bajo un tilo junto al camino. Sus ojos cerrados otorgaban una calma serena a un rostro ajado por el trabajo bajo el sol y la lluvia durante toda una vida. No dormía; disfrutaba dejando que su mente se disolviera en la cálida brisa, en los terrones de los sembrados, en las nubes que de cuando en cuando calmaban el picor del sol.
Su cuerpo hace tiempo que desapareció, pero adoro sentarme bajo ese mismo tilo.
jueves, 19 de julio de 2007
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