lunes, 9 de julio de 2007

Limpiando el tiempo

Revolvió todos los cajones hasta que encontró una bombilla. La casa estaba completamente a oscuras y tenía que ver el reloj como fuera. Con un brazo extendido como órgano palpador y el otro sujetando contra su pecho su más importante tesoro pasó torpemente por las habitaciones hasta que llegó a la biblioteca. Sobre la mesa debía estar la lámpara. Efectivamente.

Con luz amarillenta se acercó al carillón. Marcaba las tres y algo más de cinco minutos. Se quedó petrificado. A esas horas ya debía estar muerto.

Alcanzó a beberse media copa de jerez antes de exhalar su último aliento. La sirvienta que lo encontró la mañana siguiente muerto en el sofá fue la misma que había movido el peso del péndulo hacia arriba la tarde anterior -el brillo dorado del metal se veía apagado- para limpiarlo.

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