miércoles, 18 de julio de 2007

Nunca

El escriba se mojó los dedos con saliva y aplastó la llama de la vela. La estancia se quedó a oscuras salvo por el tenue brillo que las estrellas de un cielo sin luna depositaban sobre la tosca mesa de madera. Casi arrastrando los pies salió del cubículo y cerró la puerta tratando de que no retumbara. Seguramente cumplió los 100 años de edad algunos lustros atrás, ya no quedaba nadie que recordara el día en que ingresó en la orden. Era un anciano de aspecto venerable, en absoluto decrépito; el tiempo le envejecía el rostro, el cuerpo, pero no se marchitaba. Como cada noche desde que entró en el monasterio muchas décadas atrás había dejado escrita una nueva historia. Nunca se le ocurrió que sería imposible hacerlo, nunca que no podría vivir tantos años.

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