martes, 3 de junio de 2008

Rabia cegadora

De pronto, estaba a oscuras.

Ninguna de las baterías estaba cargada. Joder, su puta madre. El imbécil del becario no había comprobado el equipamiento tal y como le dijo que hiciera cada noche antes de acostarse. Y ahora estaba él ahí, después de un buen madrugón, en una cámara mortuoria que nadie vivo había pisado en los últimos... ¿Cómo saberlo, si no podía estudiarla?

Al mechero aún le quedaba suficiente gasolina como para dar fuego durante unos minutos. Lo alzó con la esperanza de que al hacerse sus ojos a la oscuridad pudiera ver algo. Pero no. La llama parpadeaba demasiado y no llegaba a iluminar ni el techo ni las paredes más alejadas. Y mejor que la conservase para el camino de vuelta. Por si las moscas. Agarró el cordel que había ido desplegando y lo siguió para regresar.

Su cabreo iba creciendo con cada nuevo pensamiento que le dedicaba a la ineptitud de aquel estudiante. Sus pasos levantaban nubes de polvo que dormía desde hace cientos o miles de años y por culpa del imbécil no podía disfrutar de ese pensamiento tan poético, tan simbólico. Maldita la hora en la que se lo trajo a Siria.

Por fin salió a la débil luz del sol recién puesto. El calor ya no era agobiante. Se hubiera cagado en Dios de haber sido así. Enfiló el camino del campamento donde ya brillaba la luz de la lámpara de gas. Se iba a enterar el mierda ese.

Cuando Julie llegó en el todoterreno se encontró a Tomek, el becario, leyendo a la luz de la lámpara junto a una taza de té. Después de saludarlo se acercó a la tienda del profesor. En el interior podían oírse unos sollozos. Se fijó en el Post-it pegado en la puerta: "comprar bombillas".

2 comentarios:

Van dijo...

para darle de ostias...una detrás de otra...kon la mano abierta
PLAKA!
PLAKA!

Anónimo dijo...

Mientras leía iba levantando nubes de polvo a mi alrededor y tenía ganas de encontrar a ese bevario!!!...