martes, 17 de junio de 2008

Antonio

Estaba bastante harto de encontrarse todos los días con que la vecina acababa de bajar la basura en el ascensor cuando él llegaba de trabajar. Todo el día oliendo a pescado -y no muy fresco precisamente- y, cuando por fin llegaba a casa, hale, el ascensor apestando. Y no es que viviera precisamente en un mal barrio, pero la mente de aquella anciana debió quedarse en tiempos de Franco mientras su cuerpo seguía inmerso en la corriente del tiempo.

En el fondo le daba pena que la pobre mujer viviera así, sola, sin que nadie la cuidase y le ayudase a mantenerse aseada. Y qué podía hacer él, ¿acercarse un día a charlar, arriesgándose que la señora le invitase a tomar café?

La vida era así de perra. Mejor no pensar más en las desgracias ajenas. Debía centrarse en ser un buen ginecólogo para llegar a montar su propia clínica.

No hay comentarios: