sábado, 21 de junio de 2008

La segadora

Le hubiera gustado saber de quién había partido esa idea tan absurda de un dios omnipotente, omnisciente, omnipresente y demás conceptos sin fundamento. Habían conseguido que la gente dejara de disfrutar de su existencia para preocuparse por vivir algo inexistente. Unos seres vivos que desarrollan la capacidad de abstraerse y escapar de la pura necesidad fisiológica y la utilizan para ni siquiera poder disfrutar de los placeres físicos. ¡Qué contradicción, qué despropósito!

Y ella, consciente de todo, tenía que pasarse los días segando con la guadaña, sabiendo que no hay tal dios y que la gente cuando muere deja de vivir. Sin más. Que lo único que importa es lo que hacen con sus vidas y que cielo e infierno están en cada acto, en cada pensamiento. Y que fuera de ellos no existen.

Aún tenía mucho que hacer. Y le gustaba lo que hacía. Se echó la guadaña al hombro y caminó hacia el grupo de hombres que comían y bebían junto al cobertizo a medio construir. Regueros de vino empapaban las camisas y cuerpos sudorosos y los rostros sonrosados mostraban los signos inequívocos de una buena borrachera. Llegaba el momento de ponerse a trabajar.

Alzó su guadaña y la dejó caer acompañándola del giro de su cuerpo. Aún quedaban varias fanegas de trigo por segar.

2 comentarios:

Van dijo...

KABRONAZO
DOBLEMENTE KABRONAZO!

JHAHAHAHAHA

Anónimo dijo...

Ay, ay, ay, no era la Señora de la guadaña...!!! Pensé que ibar a rodar cabezas.