sábado, 20 de febrero de 2010

Una ventana llena de escarcha

El verano se había metido en el otoño hasta bien entrada la cosecha y el invierno se había comido lo poco que quedaba de estación. Los niños que un par de semanas antes jugaban en los campos recién segados ahora estaban dando clase en el edificio de piedra de cuya chimenea salía perezoso un humo gris que se escurría valle abajo hasta difuminarse con el blanco de la nieve que todo cubría. Las calles estaban vacías, nadie quería estar fuera más de lo estrictamente necesario, así que el encapuchado que bajaba por el camino del collado pasó completamente inadvertido.

El encapuchado se asomó por una ventana llena de escarcha de la primera casa del pueblo. Dentro un anciano tallaba un palo de madera con su navaja sentado ante una mesa con medio vaso de vino caliente con especias y un plato con un cuarto de hogaza de pan negro, un pedazo de queso y una gruesa loncha de jamón ahumado de los que iba cortando trozos con la navaja cuando miraba el aspecto que iba tomando el palo. Una mujer de pelo blanco fregaba los platos tras él. Se la veía hastiada.

Cronos tenía los ojos enrojecidos. Le dolía horrores la cabeza. Esta depresión suya tenía que acabar; se acababa de despertar de la borrachera de Nepente que cogió a finales de agosto y no recordaba una resaca así.

2 comentarios:

Maria dijo...

Muy buen relato, me ha gustado mucho.
Como siempre iba viendo en una pelicula lo que estabas relatando.
¡¡¡Cronos el imparable!!!

Unknown dijo...

Milenarias resacas las de Cronos, con el licor añejo de las horas, el amargo vino de los días y el seco anís de los minutos. Tiempo ya tendrá el viejo astíado de recuperarse de sí mismo. Pronto es lunes y ha de volver a su ardua tarea de afinar los millones de despertadores que tanto detesta. Cambien la melodía del suyo por favor, él nunca lo haría.