viernes, 26 de febrero de 2010

Un gato blanco

Aquel gato blanco le tenía encantado. Era la envidia del resto de la nobleza. Entre tanto gato exótico y variopinto, el único completamente blanco de la corte, un gato albino. La duquesa, supersticiosa y aficionada a la magia, le había llegado a ofrecer la Península del Jabalí a cambio. Unas buenas tierras, no para cultivar, pero sí para hacerse un fuerte para la época de guerra. Pero no, un gato completamente blanco tenía que ser el mejor amuleto contra la mala suerte.

Llegó el décimo aniversario de la coronación del rey y todos los nobles llevaban en sus carruajes a los mejores músicos y compositores de todo el mecenazgo de Europa. El suyo, un joven compositor vienés, era el mayor genio que la música había dado en todos los tiempos. Con él, se ganaría el favor del rey, y su primogénita estaba en edad casadera, bella y educada. Perfecta para su joven hijo.

Subían las escaleras de palacio cuando su joven músico quedó completamente reventado por el gran tiesto de mármol que acababa de caer de la balaustrada de la terraza. Las rosas rojas que contenía yacían desperdigadas entre los amasijos sanguinolentos que salpicaban aquellos escalones empapados de talento.

En los jardines del conde, su gato devoraba un mirlo blanco.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Hola Natxo!! Excelente relato. Los amuletos parecen no ser tan seguros.Lástima el telento desparramado.
Besossss

Maria dijo...

¡Vaya poro Dios! mira tu que perder dos amuletes de buena suerte...
Me ha encantado el relato.
¡Mira tu que el gato blanco comiendose un mirlo balnco! en fin no se puede uno fiar ni siquiera de los "amuletos"
Un beso