miércoles, 10 de febrero de 2010

Dudas

No lo tengo muy claro. Llevo horas tratando de recordar cómo se hacía, lo he hecho toda la vida. Pero no lo logro. Mi padre me enseñó los entresijos del oficio, como hizo su padre con él, y el padre de su padre. No estoy en mi taller, no tengo las herramientas ni las hierbas ni minerales necesarios, aún así debería ser capaz de lograrlo.

Siento como si me mirasen todos aunque me han dejado solo, se lo pedí, no puedo trabajar con gente alrededor. Me esperan, me necesitan. Todos, hasta los dioses. Fuera hay silencio. Confían en mí. Pero no lo tengo suficientemente claro.

Cierro los ojos y rezo. En estas circunstancias, exiliados, lejos de todo lo que conocemos, quizá se me perdone. Miro la llamita que roe los pocos palitos que he conseguido encontrar y que calienta con dificultad el cuenco de barro. Cierro de nuevo los ojos y rezo hasta que un olor picante me indica que ya está listo. Apago el fuego y remuevo con una varilla de plata el contenido del cuenco hasta que se enfría y espesa. Ya está listo. Lo tomo entre mis manos y salgo al exterior.

Allí está el sacerdote. Su rostro parece el de un dios enfadado esculpido en cuero viejo. Toma el cuenco entre sus manos y moja en él sus dedos. Se pinta el rostro y se gira hacia los demás. Gritan y ululan con alegría. Lo conseguí. Al final el pigmento ritual sí era lo suficientemente claro.

1 comentario:

Katy dijo...

Me quedo con estas palabras que me han gustado mucho : "Su rostro parece el de un dios enfadado esculpido en cuero viejo"
Muy lograda la ambientación de los rituales.
Un abrazo