miércoles, 3 de febrero de 2010

Un hombre bueno

Como muchas mañanas desde hacía años se arrodillaba ante ese dios de madera que no decía nada. El cura le pedía que fuera y él, irremediablemente, iba a la mañana siguiente. Era cristiano, de nacimiento, pero en algún momento de su juventud había perdido la fe. Y ese sacerdote era el único motivo por el que iba a la iglesia. No entendía por qué le daban tanta importancia a un ídolo, a un mero símbolo, pero era muy importante para ese hombre. Y ese anciano sacerdote era un hombre bueno.

Cuando terminó sonrió al sacerdote, recogió sus herramientas y, una vez más, no quiso aceptar el dinero que éste le ofrecía por la reparación del circuito de sonido de aquella figura de madera.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Imaginación al poder!!!
Muy bueno.