miércoles, 21 de julio de 2010

Malos hábitos

Pocas cosas le daban tanto asco como morder -masticar- un cacho de ternilla oculto en una croqueta. De pollo, claro. No le pasaba muy a menudo, pero claro, todos los días comía y cenaba en algún bar donde siempre pedía media ración de croquetas que bajaba con dos tercios de cerveza muy, muy fría y coronaba con un par de puritos.

Y, gilipollas de él, ahora eso se le iba a acabar. Toda una vida haciendo lo que le había dado la gana y, claro, la ostia había sido tremenda. Tras su luna de miel una revisión rutinaria en la mutua y ¡zas!, a la mierda con su rutina de bares. La doctora había sido tajante: nada de bares ni tabaco; mucha verdura y fruta frescas, pescado y aves y las carnes rojas muy, muy de vez en cuando. O dejaba radical e inmediatamente sus hábitos o ya se podía ir despidiendo de su mujer.

Amargado, mordisqueó la penúltima de las croquetas de la ración y pegó un buen sorbo a su segundo tercio. Masticó. Escupió una puta ternilla al suelo y se cagó en la puta leche que mamó. Joder. Mierda. Ostia. Si dejar esto no era un sacrificio por amor que bajara Dios del cielo y lo viera. Casi se arrepentía de haberse casado con su doctora del alma.

No hay comentarios: