viernes, 23 de julio de 2010

Desmitificando (I)

No le parecía que hubiera llegado tan tarde. Porque no quedaba ni uno. La pradera donde se había celebrado la fiesta se veía pisoteada y llena de restos coloridos de basura pero allí no estaba ni el gorrón de su cuñado, que detectaba todo aquello que oliera a comida y bebida gratis en 50 km a la redonda. Miró a un lado y a otro por si era una broma que le querían gastar, algún tipo de sorpresa por algo que no acertaba a adivinar -su cumpleaños había sido medio año atrás-. Pero nada, ni rastro de los demás.

Lo cierto es que se había granjeado merecidamente esa fama de tardón -de huevazos, vamos- y contaba con llegar a las fiestas cuando la gente ya caía al suelo bebida o fumada. Pero de ahí a que no hubiera nadie había una línea que nunca antes había cruzado. Miró las huellas en la hierba por si se alejaban en alguna dirección concreta. Pero nada, no parecían alejarse si no era unas pocas sueltas hacia el bosquecillo para aliviar las vejigas e intestinos.

Pues nada, ahí estaba de pie como un gilipollas, estrenando pantalones de cuero y pensando en los cabrones que le habían dejado tirado. Buscó algo de comer y de beber entre los restos y se tumbó en la hierba a fumar.

No fue sino hasta dos días después que se dio cuenta de que era el último mohicano.

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