domingo, 4 de abril de 2010

Pintura negra

El bote de pintura negra le fascinaba desde las primeras veces que, siendo aún una criaja, se colaba en el estudio de su padre para verlo pintar. Era un bote más grande que el resto, incluso que el blanco, que era el segundo mayor, y tenía algo que le atraía con esas voces que sólo los niños saben que son reales. Le gustaba sentarse en él o tumbarse sobre los plásticos llenos de colores y abrazarlo y así podía tirarse las horas hasta que su padre bajaba a comer algo o su madre la buscaba porque no estaba en la finca jugando con los perros.

El tiempo pasaba y ahora era ella quien usaba aquellos botes desperdigados y llenos de churretones por toda la sala. No vendía cuadros pero eso era lo de menos, tenía su trabajo en el restaurante y no tenía ni hijos ni vicios ni otras necesidades que no fueran comer, dormir, follar y pintar. Y sólo no descuidaba la última.

No pasó mucho tiempo hasta que descubrió que los lienzos no estaba bien que fueran blancos y lo primero que hacía tras traerlos al estudio o graparlos al bastidor que ella misma había montado era cubrirlos de tapaporos y negro. Dos capas de negro mate.

Seguramente el único capricho que se daba se lo daba desde que descubrió aquella marca de acrílicos traída de Holanda o Bélgica, no lo sabía a ciencia cierta y no le preocupaba saberlo. Hacía seis años largos en que descubrió su negro en uno de los pasillos del fondo de una tienda de pintura –de pintura de señores con mono blanco, no de artistas- que encontró en una pequeña ciudad castellana a la que había ido a pasar el fin de semana de su cumpleaños. Era un bote de plástico negro de 20Kg de pintura que le llamó la atención por tener serigrafiada en negro aún más oscuro la etiqueta. Negro mate sobre negro. Las letras parecían no-existir, eran un diminuto vacío en el universo que le absorbían sin remedio. Acrílico de 20Kg pero en mate, mate. Tenía que probarlo.

Y nunca más compró otra marca, ni siquiera aquella que abrazaba cuando chica. Hasta el terciopelo negro en un cuarto oscuro era más luminoso que aquel pigmento de 129,99€ los 20Kg. Cada nuevo lienzo era ahora una creación en el sentido estricto de la palabra; una nada de la que salía algo a través de sus dedos, de su muñeca, de su codo, de su hombro. Solía quedarse ante un lienzo recién pintado de negro durante unos instantes en los que sólo un suspiro de aire salía exhalado de sus pulmones o el sol subía a lo más alto para caer luego tras los árboles y clarear el horizonte contrario antes de que el pincel acariciara por primera vez la superficie negra.

··oOo··

Su pelo era ya una cascada de hilos de platino quebradizos cuando al ir a comprar más pintura le llegó la noticia de que la fábrica había quebrado. Sabía que no le quedaban muchos más años de vida, pero le hubiera gustado poder dedicarlos a pintar hasta que el pincel cayera al suelo de su mano inerte. Ahora sabía que ya no sería posible y algo en el pecho le dolía por ello. Decidió darse una ducha y salir a dar un paseo, ¿hacía cuánto que no salía a pasear de noche? Le apetecía perderse por el bosque cubierto de hojas verdes, amarillas, rojas y marrones que se veía por los ventanales de su estudio y disfrutar de cómo el ocaso se las comía para regurgitarlas al amanecer. Se puso un sencillo vestido que ya era gris de seda negra sin mangas y unas alpargatas azules casi destrozadas que eran lo más cómodo que una podía imaginar. El sol estaba bajo en el horizonte, la hora perfecta. Se preparó un té verde con vainilla y salió a pasear.

Haría ya dos horas de la puesta de sol pero entre las copas casi peladas de los árboles aún no oscurecía. Se veía un cielo gris plomizo, como de nube de tormenta, salpicado de estrellas. Le dolían los pies por la falta de costumbre y decidió que ya era hora de volver.

Llegó a casa prácticamente a la una de la madrugada bajo el mismo cielo deprimente. La luna casi llena estaba alcanzando su cénit y la noche no era noche. Incluso las calles de esa pequeña y tranquila ciudad bullían de vida. O de angustia. La gente hablaba unos con otros; algunos corrían gritando con los brazos en alto y los ojos queriendo salírseles del rostro, pero todo el mundo sentía la pérdida.

Desde muy pequeña recordaba que le decían que uno no sabe valorar lo que tiene hasta que lo ha perdido. Se había perdido el negro.

4 comentarios:

Anónimo dijo...

También cabría la posibilidad de empezar a amar al azul marino intenso (por ejemplo). Nada es absoluto. Ni siquiera el negro.

Como siempre, un placer leerte.

Katy dijo...

Sería cómo el color de tu blog, negro, no esta mál. Blanco sobre negro y negro sobre blanco...
Un beso

Maria dijo...

El negro, mi color favorito para la ropa. Debe ser bonito pintar desde un fondo negro y no el simpere convencional blanco. Mi padré si hizo algunos cuadros sobre cartulina negra, siempre pensé que era más dificil pintar con printura blanca sobre el fondo negro.
Espero que tu sigas escribiendo sobre tu fondo negro y nosotros podamos leerte durante mucho tiempo.
Un beso

punklady dijo...

Nooooooooooo, te imaginas mi armario si se pierde el negro¿?¿? nooooooooooooo!!!!
De todos modos me cuesta imaginarme ese negro tan negro...al ke la gente discrimina porke si y no se da cuenta ke es simplemente la GRAN union de todos los pigmentos, y si cada estado de animo es un color, el negro es la gran union.
Me encanto, para variar.Un beso.