Se sentía tremendamente decepcionado. Una vez más. Cuando era pequeño había ahorrado durante dos meses para comprarse un kinder sorpresa. Dentro iba a encontrar un fantástico dragón azul, rojo o amarillo con el que sería vencedor en todas sus peleas. Llegó a su casa, se encerró en el ático y peló el envoltorio. Un delicado huevo de chocolate. Lo miró con pena, no quería romperlo. Pero cuando empezó a fundirse en su mano, lo atacó. Crujió en su boca y se rompió en trocitos que se comió con ansia. Dentro, un huevo amarillo de plástico. Un huevo de dragón. Sería un dragón amarillo entonces. Trató de abrirlo con la uña pero no le entraba. Probó a morderlo por el centro y, con un "pop" saltó medio huevo hacia el suelo y cayó una bolsita de plástico transparente. La recogió y la abrió con los dientes. Una figurita de plástico verde con una pegatina en la cabeza que tenía unos enormes ojos azules y una diminuta boca. Parecía un gato ninja o algo así. Menuda mierda.
Hoy le volvía a pasar. Recostado contra un muro que olía a meados miró la jeringuilla que colgaba de su brazo.
Hoy le volvía a pasar. Recostado contra un muro que olía a meados miró la jeringuilla que colgaba de su brazo.
2 comentarios:
La primera parte me ha encantado. Me recuerda a mis nietos cada vez que les regalo un huevo kinder. Espero que jamás en la vida les ocurra la 2º que es portadora de sentimientos negativos.
Un abrazo.
Publicar un comentario