Eran principios de septiembre y no podía parar de tiritar. Tenía que salir. Abrió la puerta, se arrebujó en su abrigo y se asomó al otro lado. No se veía a nadie. Menos mal. Dio unos cuantos pasos por fuera y volvió a meterse. Cerró la puerta y se quedó escuchando a oscuras. Ni un ruido fuera. Aún había esperanzas. Seguramente no le había visto nadie. ¿Sería capaz de aguantar las dos o tres horas que aún restaban para el amanecer? Sí. Tenía que serlo. Sí o sí.
A pesar de que el frío ofuscaba su mente sabía que no había otra opción que aguantar. Sería capaz de pasar una noche en la cámara frigorífica y ganaría la apuesta.
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1 comentario:
Pos mas o menos como en Maranchón.
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